El breve texto que se incluye a continuación es una reseña crítica de la exposición de Chema López Los murmullos, realizada en la Galería Tomás March de Valencia entre los meses de septiembre y octubre de 2006. Fue publicada en el suplemento cultural Posdata del diario Levante-EMV el 29 de septiembre de 2006.
El sonido que desprenden las imágenes
La definición de la palabra murmullo, ampliada por las diferentes acepciones del verbo murmurar, hace referencia a un determinado ruido “poco intenso, no desagradable y, a veces, agradable; como el que hacen las personas hablando en voz muy baja o el que hace el agua de un arroyo o el viento suave moviendo las hojas de los árboles”. Una palabra, en resumen, que genera imágenes apenas con la pronunciación de sus onomatopéyicas sílabas; las cuales, al ser dichas, parecen recorrer un trayecto vocal que va desde la sutilidad de la u a la sequedad final de la o. Un recorrido que con el murmullo acaba de golpe, mientras que en el murmurar de su acción se abre y se extiende, haciendo visible una cualidad íntima. De igual forma que algunas palabras sugieren imágenes, potenciadas por la idiosincrasia de una lengua concreta, también determinadas imágenes potencian su vertiente narrativa con la persuasión que provocan ciertos sonidos. Los murmullos a los que hace referencia Chema López (Albacete, 1969), título de su primera exposición en la galería Tomás March, son los rescoldos de un ruido incesante, el que provoca el roce continuo de la acumulación. Acumulación de imágenes, de textos, de referencias cruzadas, de películas, de letras de canciones… generada como un zumbido que contuviera la suma de todos los sonidos.
Sobre las paredes de la galería los cuadros de Ch. López se asemejan a pozos negros, fragmentos de noches oscuras, desde donde surgen figuras blanquecinas con formas creadas de humo. De ahí que necesiten de la oscuridad del fondo para existir, perfecta imagen del espectro que sólo lo es el tiempo que lo miramos y que en el contexto del arte, paradójicamente, eterniza su condición pasajera. La convivencia de escenas diversas en la sala más amplia, cada uno de los cuadros lanzando su particular murmullo, alcanza esa peculiar atmósfera tragi-épica característica del artista. Cuadros como El límite, La otra orilla o El regreso muestran paisajes sin rastros de vida, dominados por árboles que parecen cimbrear sus ramas al ritmo de un viento cortante. Un silbido que se entremezcla con las rayas verticales de la secuencia-tríptico La vergüenza, recordando no sólo los fotogramas de la película de Bergman El manantial de la doncella, sino el movimiento fliqueante del proyector de cine que, sin estar, parecemos oírlo. Por otro lado, el doble retrato del cineasta Nicholas Ray Relámpago sobre el agua, con las esquinas redondeadas como dos círculos fundidos, pierde su mirada tuerta en el infinito. Entre medias de ambos rostros espejados, los ojos antes perdidos adquieren una nueva personalidad, un rostro de serpiente que mira fijamente hacia adelante; un Leviatán que anuncia los últimos días del director, aquéllos que registró Wim Wenders en 1979.
Pero en ningún momento el artista albaceteño nos quiere desviar del todo de la verdadera razón de su trabajo, esto es, de la pintura. De ahí que las usuales franjas negras que conviven con las imágenes nos retrotraigan a la cruda bidimensionalidad de unas escenas que habían conseguido atraparnos y evadirnos, como en la realidad ilusoria del cine. Esquema que se hace evidente en las obras El cura y la ballena (con reminiscencias a Melville escondidas tras unas espesa barba), La piel, o el fantástico retrato de la mano vetusta y ensortijada en Icono, Todo y Nada.
Para terminar, cabría detenerse en el cuadro Los seducidos, donde un hombre se encorva hacia delante, estirando su mano derecha, para dar de comer a dos cervatillos. Una franja oscura en la parte superior, que incluye la cabeza del hombre, en este caso no tapa ni fragmenta la escena, sino que la continúa como un extraño horizonte que parece engullirse todo lo que toca. Sabiendo el uso de conceptos antagónicos que el artista emplea en sus obras (verdad-mentira, blanco-negro, justicia-sacrificio, castigo-perdón…), sólo nos queda esperar a que los bambis adquieran la suficiente experiencia como para morder la mano que les seduce y les alimenta.